Durante años nos enseñaron que los libros son objetos sagrados: que no deben doblarse, ni mojarse, mucho menos rayarse. Sin embargo, en los últimos tiempos, esa idea se ha ido transformando. Hoy, cada vez más lectores defienden que escribir en los márgenes, subrayar o llenar las páginas de notas personales no es un acto de vandalismo, sino una forma profunda de dialogar con lo que leemos.
Entonces… ¿cuál es la mejor manera de sacarle provecho a un libro?
El libro como objeto y como experiencia
Hay quienes disfrutan mantener sus libros impecables, como si fueran pequeñas obras de arte. Les gusta oler las páginas nuevas, cuidarlas del sol y exhibirlos en sus estanterías como parte de su historia personal.
Y hay otros para quienes el libro es una herramienta viva: un espacio para pensar, reflexionar y conversar con el autor. Esos lectores no tienen miedo de subrayar frases, hacer garabatos, pegar post-its o escribir sus propias ideas en los márgenes.
Ninguno de los dos enfoques está mal. La diferencia radica en cómo concebimos la lectura: como un acto contemplativo o como una experiencia participativa.
Rayar para recordar, para pensar, para sentir
Anotar un libro puede ser una forma de aprendizaje activo. Al subrayar, no solo destacamos lo que nos gusta: estamos organizando ideas, conectando conceptos y, en cierto modo, dejando una huella de nuestra interpretación en el texto.
Cuando volvemos a leer esas marcas tiempo después, descubrimos no solo el libro, sino también quiénes éramos cuando lo leímos. Los libros rayados se convierten en diarios íntimos de pensamiento.
Por eso, muchos escritores, profesores y lectores empedernidos defienden el “rayado consciente”: marcar lo que te conmueve, lo que te irrita, lo que no entiendes. Al final, esos trazos cuentan tu historia como lector.
El valor del silencio en las páginas limpias
Claro, hay algo especial en abrir un libro intacto. Su blancura puede inspirar respeto y concentración. Algunos prefieren mantenerlo limpio para permitir futuras lecturas sin sesgos, o para prestarlo sin transferir interpretaciones personales.
Además, hay quienes consideran que la lectura no necesita dejar marcas físicas: que los pensamientos y emociones se conservan mejor en la memoria o en un cuaderno aparte.
Rayar o no rayar también depende del tipo de libro. Muchos evitan marcar novelas que valoran estéticamente, pero no dudan en llenar de anotaciones los libros de ensayo o estudio.
¿Y tú, qué tipo de lector eres?
Al final, la pregunta no es si deberías rayar tus libros, sino qué tipo de relación quieres tener con ellos.
¿Quieres que sean relicarios que preserven su pureza original, o compañeros de viaje llenos de cicatrices compartidas?
Ninguna opción es superior a la otra: ambas revelan una forma de amor por la lectura.
Lo importante es no olvidar que los libros están hechos para ser leídos, pensados y vividos. Si subrayar te ayuda a dialogar con ellos, hazlo sin culpa. Si prefieres mantenerlos intactos, también estás honrando su belleza.
Lo esencial es que, al cerrarlos, te sientas transformado.
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